Umbra

Sintió que lo seguían. Sensación horrible si las hay. Inauguró el cobarde debate de girar la cabeza y enfrentarse cara a cara con su perseguidor, desnudo, armado únicamente con una mirada inquisitiva cargada de prejuicios, o tomar la opción cobarde como el fuero interno mismo en el que se debatía, redoblar el paso y esperar poder encontrar una pista en el reflejo de las vidrieras que confirmará o desmintiera lo peligroso de aquella presencia.
Como la mayoría de nosotros, optó por la opción lógica en aquella situación y apretó el paso. Lo seguía muy de cerca.

Nunca había andado tan tarde por aquella calle; la luz ámbar de los focos se abrazaba y se fundía con la oscuridad y el frío generando un desagradable collage, y en esa misma esquina confirmó que era perseguido.

A dos cuadras de su hogar, el único lugar seguro sobre la faz de la tierra en aquel momento, el paso fugaz se convirtió en carrera, y corrió torpemente sin lograr coordinar sus piernas y brazos, dando un triste pero gracioso espectáculo para quien lo viera, y permitiéndose a su vez descubrir dos cosas, la primera, intrascendente, su aliento cristalizándose en el frío, la segunda, aquel malhechor indudablemente iba tras el.

En la profunda oscuridad de la puerta de su hogar lo perdió de vista, buscó en su bolsillo frenéticamente las llaves y junto con ellas encontró la calma.

Abrió la puerta, escuchó su nombre en la voz de su madre, y prendiendo la luz a sus espaldas, diviso a su agresor frente a el ¡Allí estaba! En ese preciso momento... aquel niño... descubrió que tenía una sombra.

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