La gente ya no escucha

Iba escuchando música con los auriculares en el ómnibus cuando le sucedió. Estos pequeños parlantes portátiles que le susurraban melodías en secreto eran una prótesis permanente de su sistema auditivo, y según ella, una prótesis vital. Bien podría haber estado escuchando las metafóricas lineas de Silvio Rodríguez o música electrónica neozelandesa que si hoy le preguntaran ella no lo recordaría.

El metálico gigante del sistema de transporte publico vibraba anunciando el inicio de su marcha luego de la luz verde del semáforo cuando sus auriculares dejaron de emitir sonidos. Jugó con el cable buscando el contacto que los haga sonar, pero no había suerte, debían estar rotos. Ella resoplo exageradamente ante tan moderada desgracia, pero el tedio de convivir con la contaminación sonora de locutores radiales indiscretos, bocinas y ruidos de obras en construcción la agobiaba. Magna fue su sorpresa cuando al sacarse los auriculares un escandaloso silencio la envolvió. El silencio era demasiado, y por un momento dejo las sospechas de que Kubrick filmo el alunizaje de Armstrong y se sintió en la luna, sola, y en silencio. Era abrumador, ni el pesado andar del ómnibus, ni las charlas de los demás pasajeros, ni la radio, nada. Llego a sonreír por el inesperado pacto de paz que las vibraciones que viajan en el tiempo y el espacio llamadas sonido habían acordado en aquel ómnibus. Pero poco le duro la sonrisa cuando luego de dos paradas tuvo que descender. El silencio era absorbente, y se extendía a la calle. Niños corriendo, adultos conversando, ancianos tosiendo. El mundo parecía estar en mute. Sin pensarlo le grito a la primera mujer que la cruzó - ¡¿Me oís?!. La respuesta fue gesticular, la miro extrañada como quien mira a un transeúnte que corre en una calle donde todos caminan, pero no le dirigió la palabra. Se sintió estúpida. Gritando en plena calle, a plena luz del día. Tomó su celular, marcó a su madre, el teléfono no dio tono, lo miro, veía como los segundos de la llamada avanzaban, pero no lograba escuchar nada. Confirmó sus sospechas.

En medio de un frío sudor que diluviaba en su frente y se zambullía en su espalda, comenzó a detener gente en la calle, a decirles que se había quedado sorda. Inútil intento. La gente le huía o simplemente la ignoraba. Lloró. Y el no escuchar su propio llanto la angustio aún más. Desconsolada fue abrazada por una idea. 
- No me escuchan, pero verme me ven, por algo se alejan cuando intento hablarles. 
Nunca supo si lo dijo o lo pensó, en aquel momento era lo mismo.
Abrió su mochila, tomó lápiz y papel, y en una impecable imprenta mayúscula escribió: "ME QUEDE SORDOMUDA, NECESITO AYUDA PARA IR A UN DOCTOR".
Detuvo transeúntes durante cuarenta minutos sin suerte hasta percibir por el rabillo de su ojo a un viejo que la miraba y se reía en silencio. Tomó otra hoja, y escribió a tal velocidad que parecía que se iba a salir de los limites de la misma, "¿USTED PUEDE ENTENDERME?". El veterano volvió a reír, mediante gestos le pidió su cuaderno y en cursiva escribió "La gente ya no escucha" mientras le entregaba un nuevo par de auriculares. 

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