Silencio porque
No hablaron. No hablaron de su racional miedo a los perros, bautizado a los siete años, cuando el can de un vecino no entendió la simpatía de un niño y le dejó una cicatriz en forma de media luna en su muslo derecho. No hablaron de lo racional del miedo. No hablaron de lo irracional del miedo. Ella no le dijo que sufría de recurrentes dejà vus. Tampoco le dijo que la expresión "sufría de" no era azarosa, ya que muchas veces esto la llevaba a dudar fervientemente de la realidad, de su propia cordura. No hablaron de sus vicios. Ella no le contó que fumaba veinte cigarrillos diarios. Él no le contó que fumaba tabaco solamente cuando le apetecía. Ella no hablo del moretón que se alojaba de manera grotesca en el lado izquierdo de su cuello. Él no le hablo de que los colores violáceos del golpe le recordaban a las lunas pintadas por Cuneo. Él no le dijo que odiaba a Cuneo. No le contó las desagradables sospechas que le generaba dicho moretón. Ella nunca le dijo que lo veía observar