Mateo solo bien se lame
Mateo era corpulento (ancho), tenía una estatura promedio para sus agraciados veintiocho años, y un rostro promedio para cualquier edad. Cabello negro azabache el cual no parecía adherirse a lógica alguna, labios finos, un delgado tabique que acababa por desparramarse en nariz como agua fuera de un cántaro, ojos grandes y verdes pero con unas descomunales pupilas que apenas permitían ver la suerte de sus iris, todo, escondido detrás de una tímida barba de tres días sin afeitar. Si tuviera que destacar una característica de su anatomía, sin dudarlo, sería su cuello, y no es que este tuviera un tatuaje, o portara una ruda cicatriz, o demás estereotipos que le dan personalidad a un hombre latino en películas de Hollywood, sino más bien que Mateo justamente, carecía de este, cualquier narrador exagerado podría contarles que entre los hombros de Mateo descansaba su cabeza. Pero lo mas interesante de Mateo no se veía, se hacía ver, y era su acérrimo escepticismo, era un devoto ateo, y como