Punto de vista

Me desperté con un ojo cerrado. Antes de acusar conjuntivitis o un orzuelo del tamaño de Brasil, acusé no sentir alarma. Ya nada me alarma. Este párpado, amorfo, idiota, por lo general obediente, hoy no se levanta y no me alarma. 

Sentí el cansancio, la frustración de esta mañana, sino la de los años. Luché con esa pequeña gran membrana de carne renuente al mundo exterior, egoísta, que no parece querer volver a ver más allá de su segura oscuridad. Imperturbable, inexpresivo, indiferente, mi párpado no se levanta.

Cuando llega el miedo, unas neuronas que parecen tener el control de la información que consumen las otras, les notifican que esto es culpa del ojo en cuestión. Ojo que quiso ver el sol de frente, la verdad de espaldas y no la televisión, ojo que le prometió al cuerpo cambios y hoy solo puede ver el miedo. Las pocas neuronas que aún piensan, se resisten, se organizan y llevan mi mano al globo ocular perdido, lo palpan buscando la mucosa que no les permite ver todas aquellas cosas, el bulto al borde del párpado que no permite ver los cambios, pero el resto de las neuronas ya están convencidas, mejor perder un ojo que la vista.

Las neuronas que detentan el control de la vista lo tienen fácil, en el resto de mi cuerpo reina el miedo, las demás temen quedar ciegas y frágiles. Escuchan las promesas de la nariz, que mientras el caos ocular reina no denuncia el olor a podrido de este cuarto, pero afirma guiarnos, justo cuando mi mano, en fútil intento, refriega desesperadamente el ojo cerrado rogándole despertar. 

Ahora soy yo el que tiene miedo, porque esas pocas neuronas me explican que sin mi ojo izquierdo, solo queda ver a la derecha.


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