El alemán

Al despertar, la única certeza fue la de estar muerto. Se auscultó como si fuese médico. Camisa a rayas de manga corta, celeste sobre blanco, pantalón pinzado y alpargatas. Tenía una caja de cigarros blanda, un encendedor chico casi sin gas y la billetera vacía. Se vio a si mismo sentado, con las piernas completamente extendidas como hacía mucho no se veía. Quizás desde la infancia. Cuando se incorporó se dio cuenta de su "chuequera". Recordó correr desordenado. Correr junto al tren, como en un cuento de Cortázar que nunca leyó pero que en ese momento parecía fresco y claro. Vio la calle de pedregullo y balastro y se sintió inundado por el recuerdo. Las zanjas a los costados. Todo. Incluso el olor a petricor, aunque no lloviera. Los rasgos en vida. Decidió explorar. No era Magallanes, pero conocía aquel páramo. Su infancia. Arcaica y pura en Tacuarembó. Diez hermanos. El mayor. La muerte de su madre. La muerte de su padre de cismar. La responsabilidad heredada. Herencia de los pobres. Todo parecía tan claro. La bicicleta. La llegada de los cambios. Sublime ingeniería para el que no entiende cómo funciona. Pedalear los repechos sin peso. La sensación de volar en las bajadas. "Ando sin dar pedal". Todo aquello. En un tabaco que nunca encendió. "¿Como perdí la vida? Perdón ¿Como morí?" 

Aquel lugar era particular. Solo los vecinos de cierta edad lo podían habitar. Pocho, la Chola, Isidoro, nombres de antes. Todo parece inmaculado, el trabajo de un modelista pulcro. Sus caras, los bigotes de los veteranos, los pañuelos de las viejas, con los mismos patrones, la molestia de ver el de Doña Eulalia, "nadie le dice que le queda mal" ¿Como morí? ¿Porque nadie sabe? Pocho murió de cirrosis, Chola de vieja, Isidoro tuvo un accidente cuando fue a visitar a sus hijos a la ciudad. Las caras de mis hermanos, siete hombres y dos mujeres, las mujeres tuvieron hijos, los hombres no todos, son borrachos. Walter. Walter tiene un puesto en Tristán Narvaja, vive en Palermo, vende juguetes para botijas, y caramelos, caramelos ácidos. No todo es dulce. Clara, conocí a Clara ¿Dónde está Clara? Germán, Germán no va a voltear la dictadura. El sindicato. El 5 de oro. Aquella casa. Aquella casa con zaguán y jardín de jazmines, yo nunca pode las plantas, arregle el muro, hice un garaje cuando pude tener auto ¡Que máquina! Con pasa casetes. Me llevé a Alfredo "No hay dolor más atroz que ser feliz" Luciana y Cesar. El Cesar, laburante. Puedo ver todo lo de antes, pero ¿y antes? ¿Qué paso antes de morirme? Acá nadie sabe.

El Tito esta igual que yo, no sabe cómo llegó, como se murió. Hay recuerdos tan claros, pero el final es bruma, bruma en la ruta, empuja a andar despacio, muy despacio. Las primeras luces del alba no iluminan, encandilan, esa es la sensación, no ver entre las luces, apretar los ojos ante la claridad. Estos recuerdos, vagabundos, indigentes, dignos. Tito tampoco sabe cómo murió. 

Llevó años acá ¿Cómo funciona el tiempo en estos pagos? Si me esfuerzo, aseguro no haber visto nunca un reloj. Acá no hay horarios, no hay sueldo, no hay hambre, la gente hace por costumbre, de aburrida no más. No hay fútbol. Llega gente, pero nadie se va ¡¿Cómo me morí carajo?!  El otro día me pasó algo increíble. Desde que llegué nunca me había cruzado con un espejo, nunca me había dado cuenta, yo también soy viejo, se me notan las venas de los brazos, tengo hundido el pecho, una verruga en el cachete izquierdo, apenas tengo canas y tengo todo el pelo, pero soy viejo. No me acuerdo de hacerme viejo. 

Llegó Clara. Clarita. Con un libro en la mano. La cara salpicada de arrugas, como si anduviera en la calle con resolana, los ojos claros perdidos entre la piel. Blanca, pálida como siempre, pero fresca. El pelo fino, de ese que desaparece entre el agua. Bajita, la recordaba más alta, imponente, con la fuerza de la que la pelea. Clara. Clarita. ¡Tanto tiempo vieja! 
- ¿Qué paso vieja? ¿Cómo te moriste? ¿No sufriste? Me alegro. Por acá es tranquilo. Te va a gustar. ¿Qué me paso a mí? ¿Cuándo me hice viejo? Soy el único que no sabe.
- Tuviste alzheimer viejito, yo te voy a contar el final.




    
    A la memoria de Gabriel Vazquez

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