Osvaldo

La patología de Osvlado resultaba algo inverosímil. No había necesidad de ser un letrado en medicina, psicología, o disciplinas de la rama para saber que en Osvaldo ocurría algo sumamente particular. Su enfermedad era extraña, curiosa, peculiar, absurda, burda, graciosa, bruta, triste, torpe, pero por sobre toda esa lista, era real.

Se manifestó cuando Osvaldo apenas tenía trece años de vida. Si bien en un principio su madre sospecho que "el síndrome de Osvaldito" no era otra cosa que la propia rebeldía de la adolescencia, pronto comprendió que su hijo no buscaba destacar de aquella forma, ni forjarse una personalidad propia que lo separará de su grupo de pares, ni manifestar su desagrado por las costumbres sociales heredadas de generaciones anteriores, o cualquier otra práctica adolescente que a su edad representaba una preciosa odisea utópica que tomaba su belleza de la firme creencia en que aquello era posible. 
Osvaldo, parecía haber venido incompleto de la fábrica materna, y carecía de un fusible que nos dota a los seres humanos de una cualidad increíble sobre la que pocas veces recapacitamos, poder pensar sin replicar de forma oral nuestro pensamiento. Él carecía de esa especie de filtro, barrera, vergüenza, o como el lector guste llamarle, que se encarga de contener un porcentaje significativo de nuestros pensamientos hacia nuestros adentros, permitiéndonos no solo la intimidad de nuestras reflexiones, sino también la sana convivencia en sociedad. Cuando Osvlado pensaba, un impedimento biológico de tipo neuronal acumulaba las palabras sobre su lengua como un grupo multitudinario de ciclistas desesperados por correr aquella carrera, la cual, comenzaba, se corría, y finalizaba paralelamente al proceso cognitivo de Osvaldo, teniendo como cinta de largada sus labios, aquellos simbólicos ciclistas caían con la fuerza de una catarata incontenible y explotaban contra los oídos de sus destinatarios como el agua contra las rocas. 
Por esto, y desesperada por sus inoportunos comentarios, la madre de Osvaldo, con sus tiernos trece años, lo llevo a cuanto especialista pudo, y de aquella peripecia clínica solo consiguió una anécdota y una certeza. La anécdota, llevar a Osvaldito a visitar a una prestigiosa psiquiatra a la cual este le dijo "tu trabajo entonces es vender droga, sos un tranza con diploma" en el mismo momento en el que este entendió, a su manera, como funcionaba la psiquiatría. Y la certeza, "el síndrome de Osvaldito" (años mas tarde "la condición de Osvaldo") era real, crónico e intratable.

Si bien la vida de Osvaldo alcanzaría para escribir tomos de proporciones quijotescas por la cantidad de situaciones hilarantes y tristes que su condición le hizo experimentar y sufrir, aquí se relatará un único día muy especial para el propio Osvaldo, el doce de junio.

Aquel jueves era un día franco para Osvaldo, había terminado un proyecto laboral la noche anterior y para ese momento no tenía responsabilidades que atender. Trabajaba como dibujante digital para una empresa de publicidad, y es necesario aclarar, que su patología no se transmutaba al papel, y mucho menos a las pantallas, por lo que con un jefe comprensivo y compañeros pacientes había logrado un puesto en algo que le apasionaba. Como era un día libre, cuando a la mañana un amigo lo invito a ver una exposición de arte pop esa misma noche, Osvaldo aceptó, pero no sin antes decir "Esa gente siempre es demasiado pretenciosa, se que voy a ir para terminar discutiendo con alguien, pero vamos si, tengo ganas de vernos un rato".

La sala en la que se llevaba acabo la exposición no quedaba lejos de su hogar, pero tampoco lo suficientemente cerca como para ir caminando, por lo que Osvaldo decidió ir en ómnibus, tarea titánica si las había para el, la de compartir un espacio público cerrado con gente que no conocía, pero hacía ya años había descubierto que con un par de auriculares, cualquier viaje podía hacerse mas ameno, no escuchaba las conversaciones de los demás, y se concentraba furiosamente en mirar por la ventana para no pensar siquiera en los otros pasajeros. Es verdad que emitía algún comentario sobre la música que escuchaba ya que no lo podía evitar, pero prefería pasar por un loco que monologaba en solitario sobre solos de bajo y no tener un problema que no solucionaría con una explicación acerca de una enfermedad que parecía totalmente ficticia. 
Lo que no descubrió esa tarde al subirse al transporte público era que su celular se estaba quedando sin batería. Dos paradas mas tarde, Osvaldo sin música en sus auriculares se vio forzado a convivir con aquella gente, y justo cuando sintió que si no se bajaba un pensamiento se iba a escapar de su boca acerca de la apariencia de una veterana sentada en la primera fila de asientos, un hombre mayor con gorro de pescador color beige, mejillas rojas, y una larga gabardina gris, se subió anunciando que interpretaría una versión de "Fly me to the Moon" de Bobby Womack. Osvaldo sintió que podría refugiarse en la música de aquel hombre y lo vio como a un salvador, tanto que no pudo contener un "¡Grande viejo!" cuando el veterano dijo que iba a cantar. Sin embargo sus esperanzas se vieron destrozadas en el preciso momento en el que el viejo intento entonar la primera nota rasgada. No habían transcurrido veinte segundos de canción cuando desde su asiento individual Osvaldo decía "Hijo de puta, si Bobby Womack te escucha te caga a trompadas... y yo lo ayudo eh, canta un tema al que llegues, precisas un banquito para arañar esas notas, sos un atrevido". Las reacciones sobre el ómnibus fueron de lo mas variopintas, pero podríamos decir que la mitad de los pasajeros se reía incontrolablemente ante el exabrupto de aquel desconocido, y la otra mitad lo miraba con muy mal semblante. 
Delante de Osvaldo, una mujer de mediana edad que llevaba puestos sus auriculares no pudo evitar escuchar la maleducada reseña y se dio vuelta para decirle justamente eso "Sos un maleducado", a lo que Osvaldo rojo por la vergüenza, no pudo evitar contestarle con un tono que parecía pedir perdón "Maleducada sos vos, el hombre se sube a cantar al ómnibus y vos no te sacas los auriculares, pero para meterte en los asuntos de los demás si tenes oído. Pelotuda". Ahora un cuarto de la población de aquella línea de transporte se reía estrepitosamente, el resto murmuraba en medio del bullicio mientras aquella pasajera y el hombre que interpretaba la canción le daban una paliza con la mirada a Osvaldo, el cual mirando fijo a sus zapatos y sin apartar la mirada de estos, se paró, y descendió en la siguiente parada a cinco cuadras de la sala de exposición diciendo "Que gente de mierda, que enfermedad de mierda".

De no haber sido por la angustia que le genero el suceso, se lo hubiera relatado a su amigo, pero prefirió ahorrárselo y decirle que estaba mas gordo que la ultima vez que lo había visto, a lo que este  respondió con risas agradeciéndole su característica honestidad.
Ni bien entraron al recinto Osvaldo supo que iba a tener un problema, el artista que exponía hablaba sobre sus obras, las que a él le parecían carentes de sentido alguno y todos los presentes asentían alrededor de este como si por primera vez escucharan algo cierto en sus vidas. En el mismo instante que el artista expositor termino su discurso, Osvaldo comenzó con el suyo, mientras que su amigo ya se reía antes de que este dijera una sola palabra "El pop cuestiona la banalidad del mundo a través de la propia banalidad, lo banal como medio de critica acaba desbanalizandolo y otorgándole un contenido nuevo que trabaja con códigos, lenguajes, imágenes, fragmentos de discurso de la cultura popular, pero lo que haces vos, no deja de ser tan banal como lo que intentas criticar". La asistencia quedo furibunda luego del comentario del desconocido que criticaba a su ídolo, el cual simplemente se limitó a ignorarlo, y el amigo de Osvaldo tuvo que salir del local porque no contenía la carcajada.

De entre aquella multitud, una joven mujer que debía compartir edad con Osvaldo se acercó a este que había quedado solo con un trago en la mano. Se llamaba Isabella, era pelirroja, de rulos, como si llevará una corona de fuego, que contrastaba fuertemente con sus tez blanca, tenía dos profundos ojos verdes y uno desviado, inmediatamente luego de presentarse con él, le dijo que estaba totalmente de acuerdo con lo que este había planteado, pero Osvlado que la analizaba embobado la interrumpió para decir "Es hermosa, y tiene un ojo chueco" a lo que Isabella contesto "Sos observador, y bastante idiota también". La reacción de aquella mujer encantó a Osvaldo e hizo un esfuerzo sobre humano para explicarle su enfermedad, esfuerzo que ella escucho atentamente y le contestó en medio de una sonrisa: "No te preocupes, todos estamos algo enfermos, vos decís todo lo que pensás, yo solo escucho lo que quiero"

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