Ella, el y yo (Nosotros no)

(Ella)

Quiso desaparecer. Ser una con las baldosas flojas que sus pies pisaban, o ser el agua que bajo estas se escondía, o ser invisible. Desaparecer, solo desaparecer. Sumergirse en su campera azul de nailon que escondía la mitad de su rostro, y encontrar la calma antes que la valentía, dar con la seguridad y no con el coraje. Sintió sus pies como cadenas que la ataban al suelo, prisionera de su situación, victima de otra situación. Sus pies eran raíces, petrificadas, añejas, la hacían una con la tierra, y le impedían avanzar. Árbol testigo de años, de siglos, del tiempo, de la estúpida legitimidad que llamamos costumbre. Sintió la furia de la gravedad, y la empujo a pensar si aquel castigo era justo, si era su responsabilidad, llego a tener la triste duda de si aquello era su culpa, sus piernas no eran suyas, y no importaba cuanto apretara el paso, como en la pesadilla mas recurrente, sin importar cuanto caminará no lograba avanzar. En una eternidad de apenas tres segundos, apretó tan fuerte sus ojos marrones que dos lagrimas se suicidaron en silencio consiguiendo su objetivo de pasar inadvertidas. Pero el miedo nunca viene solo, una vez que atraviesa la garganta siembra rabia en el estomago y cultiva impotencia en la cabeza. Es el gusto agrio en la boca de las palabras que no se dijeron y acabaron por pudrirse, del valor que no fue al lugar donde nadie lo había llamado, porque nadie lo necesitaba, pero lo necesitaba, porque es así, porque pasaba cada día, porque era una y todas, y la hizo sentir ninguna. Lo insultaría, lo haría sentir esa invasión, esa usurpación de un lugar propio que ocupaban imbéciles ajenos, le deformaría la cara con sus propias manos. Ese par de ojos llenos de nada, de estupidez, de bestialidad, las palabras mal usadas, y ella con un escudo hecho de auriculares que no cantaban, mordiéndose los labios con ira y enterrando la mirada en el piso, en el agua que bajo las baldosas se escondía. Fingió no escuchar.

(Él)

No pensó. No pensaba. O pensaba en trivialidades, cuentas a pagar, partidos para mirar, si podría esquivar los compromisos familiares de esa noche. Iba perdido en el limbo de la rutina, distraído, como si no mirara nada, o tratara de verlo todo al mismo tiempo. Y la vio. En ese instante dejo de pensar, y solo sintió. Sintió que era halagador, se sintió con derecho, se sintió con posibilidades, sintió que repetir algo que nunca le había dado éxito podría ser distinto esa noche. Buscó el reflejo de sus ojos en los de ella pero no los encontró y lo siguiente que sintió fue su propia voz diciendo aquellas palabras. Como siempre, la respuesta fue el silencio, y si bien sintió desilusión al principio, llego a ofenderse, a indignarse ante la falta de comprensión de sus intenciones. A la media cuadra dejó de sentir, y de pensar en aquel suceso, para el, inofensivo, intrascendente, sabía con seguridad que en un trecho de dos cuadras más, aquello, ni siquiera ocuparía la categoría de recuerdo.  

(Yo)

Lo escuché. Pero no pude hacer nada. No reaccione. Reaccione al miedo, fui cobarde y lo primero que pensé fue en sus nudillos habitando el espacio que corresponde a mi mandíbula. No lo vi, si tuviera que hablar dél sería en base a su voz, porque mis ojos buscaron seguridad en el cigarro que me prendía en ese momento. Pensé en ella, en mis amigas, en mi vieja, en mis amigos, en quien puede hacer algo así, en que tan complicado es entender el dolor que generan las palabras, las miradas. Pensé, pensé en escribir esto. 

Nosotros no,

Nosotros no nos conocíamos, nosotros no sabíamos nuestros nombres, nosotros no teníamos la misma edad, nosotros probablemente no viviéramos en los mismos barrios, y seguramente, nosotros no pensáramos igual. Nosotros caminábamos el frío de una calle oscura un viernes a las diez y diez, él volvía de trabajar, ella iba a juntarse con sus amigas y yo salía de la facultad. Nosotros no compartimos un buen momento cuando por treinta segundos coexistimos en aquel espacio, en el que ella caminaba enfrente mío, cuando él bajaba la misma calle que nosotros subíamos, y a su encuentro, él le murmuro "que linda que estas mami, te haría todo", ella fingió que no escuchaba, y yo escuche y no dije nada. Nosotros no compartimos el resto del camino, ella se encontró con sus amigas y no comento nada de lo sucedido. Él camino cinco cuadras mas por la misma calle y llego a su apartamento donde cálidamente lo recibieron su mujer y su hija, que probablemente tiene la misma edad que ella, las abrazo y no comento nada de lo sucedido. Yo camine tres cuadras mas, me tome un ómnibus para volver a casa, llegue, me senté a escribir y no comenté nada de lo sucedido. Nosotros no. Nosotros no hicimos nada para que fuera diferente. 

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