Imaginología básica: El caso Kirlian

Se supo imaginario cuando por primera vez en su existencia sintió la necesidad de comunicarse con otro ser humano...

Debo detenerme antes de continuar con el relato, y espero sepa comprender el lector/a que las aclaraciones siguientes son enteramente pertinentes con el fin de narrar la historia del imaginario que aquí nos reúne.

"La vida de los imaginarios es empíricamente misteriosa, racionalmente desafiante y objetivamente milagrosa." 
Cita sobre los imaginarios, autor anónimo.

El tiempo imaginario es sumamente relativo, no existen caninas reglas de tres que nos permitan afirmar que un año humano son siete años imaginarios. Los imaginarios tendrán la edad que sus imaginantes (término acuñado por el primer imaginólogo, quien también bautizo su propio oficio en el siglo pasado) entiendan precisa en el momento en que están siendo imaginados. Así por ejemplo, los imaginarios de los pequeños, suelen ser niños de su edad que crecen con los mismos hasta la etapa adolescente. En la pubertad los imaginarios son conscientes de que si acompañasen la imaginación de los adolescentes su existencia sería utilizada para fines malévolos u objetivos carentes de sentido, ya que los adolescentes son intrínsecamente malvados o estúpidos, hecho por el cual, estos suelen desaparecer a los 13 años de vida de sus imaginantes. Los imaginarios de los adultos son el fenómeno temporal más particular en el campo de la imaginología, factor que no debería sorprendernos considerando que los adultos suelen ser extraños. Normalmente sus rangos etarios no siguen un patrón común. Los hay quienes imaginan niños, quienes imaginan jóvenes, quienes imaginan adultos, e incluso (estos son los menos estadísticamente) quienes los imaginan mayores.

Aclarado el tiempo imaginario, resta conocer el espacio imaginario. Se ha comprobado mediante la participación de cientos de imaginantes voluntarios, que pese a nuestra incapacidad de visualizar a los imaginarios ajenos, estos pueden entrar en contacto con otros de su especie siempre que así lo deseen. Sin embargo, no se ha verificado la existencia de un espacio imaginario común. La teoría más difundida entre los expertos es la de la "topografía imaginante". La misma enuncia que un imaginario puede habitar y conocer únicamente aquello que su imaginante habita y conoce. Es decir, el imaginario de un niño proveniente del delta del Nilo entenderá el término "río" como sinónimo de "Nilo" ya que es el único río que el niño conoce. Si bien la teoría no ha sido comprobada, la misma explicaría porque no existe una sociedad imaginaria, en la que estos entes se organicen en base a sus propias reglas una vez que han completado sus tareas con los humanos. 

Apreciado lector/a, de haber sobrevivido a mi nefasta clase sobre imaginología básica, procedo a relatar el particular caso Kirlian.

Se supo imaginario cuando por primera vez en su existencia sintió la necesidad de comunicarse con otro ser humano. Kirlian, el imaginario en cuestión, había sido concebido apático, como suele suceder con los imaginarios de adultos. Existía turbado por una pena original desconocida. Habitaba una tristeza lánguida, desgarbada, sin la entereza que caracteriza a la tristeza, sin la pasiva furia de está; pero grisácea, densa, palpable en sus imaginarias ojeras. Nunca había reflexionado sobre ser un imaginario. Asistía a su existencia como un desfile, se limitaba a verla pasar, viendo a Clara entrar y salir. Clara, la imaginante de Kirlian, una treintañera de ojos verdes, tan indiferente como Kirlian. Llenaba sus vacíos con trabajo, pero era dueña de una imaginación tan salvaje, con un mundo interior tan basto, que Kirlian era un imperativo en su vida. 

Kirlian quiso hablar con otro humano cuando comenzó a caminar su apatía, a pasear por sus amarguras, a desatar el nudo en su garganta. Intentó con gran ahincó dejar de ser parte del funcional mobiliario ocre de Clara. Y aquel día se conoció con su condición. No podía comunicarse con otros humanos. En las oficinas donde la mujer trabajaba hablo con Anita, la niña imaginaria de un hombre que había perdido a su hija. La pequeña Anita le explicó su realidad con lujo de detalles. En cierta forma Kirlian se sintió aliviado de ser el producto de otra existencia y por primera vez abrió los ojos frente a Clara. La solitaria Clara, la desencantada Clara, la sonrisa oscura y el cabello lacio que se zambullía tras las orejas pequeñas adornadas por parsimoniosas caravanas. Clara, tan angustiada como discreta. Se sintió extasiado. Su existencia tenía la firma de aquella mujer tan maravillosa. Sintió que la amaba. Pero los humanos no aman a los imaginarios, los necesitan, y poco más. 

Kirlian se insinuó desde donde pudo, desde el instinto torpe, como si fuese humano. Ponía el tema en la mesa junto a la solitaria pasta de los domingos, lo hacía subir al ascensor cuando iban solos a la oficina. Pero en la cabeza de Clara, la posibilidad de que un imaginario se enamorara se alojaba en una pequeña repisa empolvada al fondo de un desordenado galpón donde se apilaban imposibilidades. Harto de ver que sus indirectas no tenían un futuro prometedor, Kirlian preguntó con los ojos salpicados de expectativa: 

- ¿Clara, vos crees en el amor? 
- No
- ¿Por que?
Porque el amor esta tan bastardeado, que no podemos nombrarlo sin sentirnos cursis, definirlo sin parecer idiotas, o sentirlo sin confundirnos. 

Frente a su pequeña epifanía, Kirlian pudo sentir el aliento cálido escapando del cuerpo de Clara, materializando un razonamiento que nunca había tenido, la vio revolviendo sus propias heridas sin sollozar. En ese mismo instante, Clara desapareció.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Promesa

Aquel Jardín