De lunes a lunes

Aquella tarde de luz ámbar, la electricidad se creyó sol, y justo en el momento en el que el magnánimo astro desparecía por el oeste, a la corriente eléctrica le pareció simpático imitarlo. Un apagón sumergió al edificio de Alicia en la más pulcra penumbra. Alicia que llevaba a cabo la titánica tarea de enfrentar al tedio entre netflix y cigarrillos, solo pudo verse suspirar ante el aburrimiento forzoso. Aburrimiento que obra de maneras misteriosas y nos empuja a prácticas extrañas, distintas, foráneas a nuestra persona. En el caso de Alicia, su aventura ociosa la llevó a mirar por la ventana, a fumar sin ganas mientras descansaba los codos en el pretil.

Frente por frente a su edificio se alzaba otra construcción de mayor tamaño. De pudientes ventanales en los que nunca había reparado. Encontró diversión en contar los pisos. Catorce. En explorar cada ventana. La mayoría mantenía en las persianas herméticamente cerradas. Alicia sintió por un instante que el edificio sabía que lo miraba. La entretuvo la personificación del inmueble hasta que lo vio a él.
Un hombre canoso sentado hacia la ventana con una pequeña lámpara verde de escritorio a su lado. El hombre, de pelo platinado, pero aspecto joven no levantaba la mirada, por lo que Alicia se supuso que escribía, se supuso el escritorio en el que descansaba la lámpara, se supuso el contenido de aquel texto, lo vio novelista y hasta supuso que sobre el escritorio reposaba una pequeña radio que con volumen moderado entonaba la versión de "A change is gonna come" interpretada por Aretha Franklin.

El juego de inferencias se apodero tanto de Alicia que, pasados los cuarenta minutos de apagón, la última idea que pasó por su cabeza fue reclamar a la empresa responsable de la electricidad por la falla. Comenzó a apostar en soledad cual era la trama de la novela, cada gesto del escritor desconocido, la mano sobre los labios apenas visibles desde su punto de vista, los dedos surcando el pelo, el lápiz en el aire, todo eran pistas de un hermoso rompecabezas ¿Escribiría suspenso o romance, crearía mundos perfectos o distopias, mataría personajes o reviviría muertos? Las posibilidades eran infinitas, inciertas, pero Alicia, sentía que escuchaba la narración de una historia que siempre había querido leer. Tal fue la inmersión en el relato que nunca sucedió, que luego de dos horas y algunos minutos, el regreso de la luz la tomó por sorpresa. 

Al día siguiente, y buscando la misma hora, Alicia posó una silla contra la ventana, apagó la luz intentando replicar el corte eléctrico y se sentó a contemplar nuevamente al escritor anónimo. No creía en dios ni en el génesis, pero por un momento sintió que lo entendía, contemplar la creación de un mundo desde la misma nada, del mundo del escritor, de su escritor desconocido. Las tardes se hicieron días, los cigarros cajas, y el tiempo, tiempo.

Aquella práctica se convirtió en el ocio de Alicia. Pero un día quiso más, quiso ver la historia, ser la historia, necesitaba conocer al escritor anónimo.
Comenzó a dedicarse a custodiar celosamente la puerta de aquel edificio, aprendió la rutina de los vecinos, del solitario veterano que sacaba a pasear su caniche en horarios cronométricamente calculados, de la madre soltera que llevaba a dos niños con una mano mientras cargaba a un tercero en el brazo restante, sabía cuándo trasnochaban, cuando dormían, cuando entraban, cuando salían, hasta que un día lo vio. Lo vio salir, nunca lo había visto de cuerpo entero, pero se sabía la cabellera canosa de memoria, y ni bien percibió que abandonaba el edificio junto a un maletín negro supo que tenía que encararlo. Bajó como un rayo la escalera y con cara de orate y sin aliento lo cruzó en la esquina.
- Hola, soy Alicia, vivo en el edificio de enfrente, quizás le suene raro, usted no me conoce, pero yo lo conozco, lo he estado observando...
Alicia interrumpió su honesto exabrupto cuando este chocó con la sonrisa del anónimo, nunca la hubiera esperado, e imbuida en adrenalina no pudo evitar decirle.
- ¿De que te reís?
El escritor que hasta el momento no había emitido sonido alguno le dijo de forma pausada
- Por favor ¿podrías leer los párrafos escritos en tinta azul?
Y del maletín negro sacó una pequeña libreta verde, la abrió y se la entregó a Alicia. Esta comenzó a leer en voz alta los fragmentos indicados mientras su garganta temblaba:

"Últimamente no he podido escribir, me he forzado a redactar esta carta que no tiene otro destinatario que su emisor, que no tiene otro motivo más que el franco ejercicio de manchar el papel, de ver si las ideas amontonadas en torres deformes se convierten en Eiffel y no en Babel, de encontrar lo que los de mi clase denominan inspiración, lo que los publicistas prostituyen como creatividad, lo que antaño otros llamaron musa. Ver a las indómitas ideas en su hábitat natural, ver como unas se reproducen con otras en orgías gramaticales, y así surgen otras, y otras, y otras (...) Me he impuesto la rutina de sentarme frente a la ventana, con música apenas audible para encomendarme en la empresa de escalar un papel en blanco, de surcar ese Everest al que vulgarmente llaman "bloqueo creativo", he divagado observando las ventanas frente a la mía, he imaginado a una muchacha que con curiosidad me contempla, y mientras redactaba otras historias pensé en su historia, en la obsesión con mi historia, en como mi cuento es el suyo, pensé como ella se ataría a la tarea de conocernos, de leer su periplo en mis palabras, como estudiaría el trajín del edificio de manera enfermiza, sabría detalles de mis vecinos que ni yo conozco, pensé en cómo llegó a dar conmigo, me imaginé que un día mientras miraba series un apagón la empujó a la ventana, escribí, y la bauticé Alicia (...)"

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